¿Qué pasó anoche?

El alcohol es una de las drogas más antiguas conocidas en Occidente. Los registros arqueológicos nos dicen que la primera vez que elaboramos bebidas alcohólicas fue hace unos diez mil años.
Aunque estemos familiarizados con él, no lo veamos como droga dañina y a veces hasta lo consideremos un medicamento, el alcohol genera una serie de efectos en el organismo y en la sociedad no tan simpáticos.
Argentina presenta un mix cultural muy interesante de analizar, ya que sobre las concepciones del consumo de alcohol confluyen la herencia de las tradiciones de los países mediterráneos y de las comunidades originarias, lo que da como resultado una cultura en la que el uso de alcohol es altamente aceptado e integrado en la vida cotidiana, y forma parte de la mayoría de las actividades sociales, incluso de las religiosas.
A nivel mundial, el alcohol es la octava causa de muerte; y es quizá la droga que produce más muertes de sobredosis, ocupando el tercer lugar cuando hablamos de factores de riesgo para generar enfermedades y discapacidades. Y a pesar de todo esto, la producción, distribución y venta del alcohol es legal. Además, la industria alcoholes fomenta el consumo a través de la publicidad y mediante la presión a los gobiernos para que los precios se mantengan bajos y no haya regulaciones, o que estas sean muy laxas.
Una vez ingerido, el alcohol disminuye la actividad en zonas encargadas de la toma de decisiones y el autocontrol, que serían responsables de frenar comportamientos impulsivos. Por otro lado, el alcohol también pega en el sistema de recompensa, generando placer y reforzando la idea de que tomarlo es algo deseable para el organismo, lo que a largo plazo puede generar adición.
Los efecto sobre el cerebro no son los únicos, ya que una vez dentro de la sangre, el alcohol sufre una serie de procesos en el hígado y otras partes del cuerpo que lo transforman en sustancias más tóxicas, que se distribuyen por todo el organismo.
Por otro lado, el consumo de alcohol aumenta la probabilidad de desarrollar más de doscientas otras enfermedades y afecciones, entre las que se encuentran la epilepsia, la cirrosis, varios tipos de cancer, enfermedades infecciosas, suicidios, lesiones y muertes por violencia o choque.

La última evaluación, realizada en 2014, indica que la mitad de los chicos de 13 y 14 años, ocho cada diez de 15 y 16 años, y nueve cada diez de 17 y 18 años, tomó alcohol alguna vez en la vida. O se, casi todos. Además, el 32%, el 57% y el 67% respectivamente, consumió alcohol durante el último mes. Así, podemos dimensionar que durante la escuela secundaria aumenta de manera importante el porcentaje de adolescentes que consume alcohol.

Debería quedar claro a esta altura que disminuir el consumo de alcohol y los daños relacionados es una meta deseable. Esto representa un desafío enorme, ya que requiere del desarrollo e implementación de políticas públicas que permitan reducir el uso perjudicial del alcohol y las enfermedades asociadas mediante la modificación de diversos factores que participan en este problema.

Hay que abrir los ojos y entender la enorme influencia que tienen las corporaciones alcoholes en el desarrollo de políticas públicas sobre el alcohol.

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